Hace tiempo leímos en una revista un artículo en el que una veintena de personas contaban alguna anécdota importante de sus vidas, fruto del azar o de los caprichos del destino. Veinte historias con un trasfondo mágico, en la mayoría de los casos, y relacionadas con momentos vitales importantes. Premoniciones, situaciones inesperadas, a veces incluso surrealistas, que desencadenaron en el encuentro de un amor para toda la vida, coincidencias que provocaron la salvación de una vida, evitar una tragedia..., o hacer realidad un sueño.
Realmente nos gustó mucho este artículo, ya que ambos disfrutamos con cada una de aquellas curiosas historias, a través de las cuales, pudimos revivir en nuestra mente situaciones muy similares de nuestro pasado. Porque..., ¿quién no ha vivido alguna vez una situación fruto de una casualidad, de esas que se guardan en la memoria como pequeños tesoros? Como escribía el autor del texto (Rubén Mayoral), lo mejor de las casualidades es que siempre estamos expuestos a ellas.
En nuestro caso, una de las mayores casualidades que ambos recordamos, fue la forma en que nos conocimos. Yo llevaba apenas un mes de viviendo en Madrid, una ciudad a la que había escapado desde mi tierra, Sevilla, para poder vivir en libertad mi condición sexual como gay (hasta entonces, oculta para mi entorno), sin necesidad de interpretar un papel que me estaba asfixiando...
Aquel 12 de marzo de 1993 era viernes. Recuerdo que salí de la oficina más tarde que de costumbre y estaba bastante cansado, después de una semana muy intensa de trabajo. No obstante, mantenía la ilusión porque comenzaba el fin de semana y aquella misma noche tenía una cita con un chico de Valladolid, al que había conocido unos meses antes. Habíamos quedado en que yo le llamaría sobre las 9 de la noche para concretar la hora y el sitio para vernos, pues él se tenía que desplazar hasta Madrid desde su ciudad, lo que significaba dos horas y media de viaje en coche. Hasta ese día nos habíamos visto en algunas ocasiones y era la única persona gay que conocía. Comenzaba a convertirse en una persona muy especial para mí...
Pero aquel viernes me sentía más cansado de lo normal, así que me tumbé en la cama con la intención de descansar un rato antes de salir. Cuando abrí los ojos de nuevo, el reloj marcaba las diez y media de la noche. Me había quedado profundamente dormido. Pensé que el corazón se me salía por la boca... Llamé a este chico varias veces, sin éxito (supongo que se cansaría de esperar mi llamada). Por aquel entonces aún no existían los teléfonos móviles, así que me resultó imposible localizarle.
Pese a todo, decidí salir solo y acudí al pub de ambiente al que solíamos ir a tomar una copa, confiando en que tal vez, por un golpe de suerte, le encontraría allí. Pasaron las horas y mi amigo de Valladolid no apareció. Quien sí lo hizo fue JM, que me había estado observando un buen rato desde el otro extremo de la barra. Reconozco que yo me había dejado seducir. Una de las veces, al cruzar las miradas se acercó y se sentó a mi lado. Comenzamos a charlar y nos dieron las siete de la mañana... Desde aquella madrugada del 13 de marzo de 1993, JM y yo estamos juntos, COMPARTIENDO AMOR, PRESENTE Y FUTURO. ¿Casualidad?
Realmente nos gustó mucho este artículo, ya que ambos disfrutamos con cada una de aquellas curiosas historias, a través de las cuales, pudimos revivir en nuestra mente situaciones muy similares de nuestro pasado. Porque..., ¿quién no ha vivido alguna vez una situación fruto de una casualidad, de esas que se guardan en la memoria como pequeños tesoros? Como escribía el autor del texto (Rubén Mayoral), lo mejor de las casualidades es que siempre estamos expuestos a ellas.
En nuestro caso, una de las mayores casualidades que ambos recordamos, fue la forma en que nos conocimos. Yo llevaba apenas un mes de viviendo en Madrid, una ciudad a la que había escapado desde mi tierra, Sevilla, para poder vivir en libertad mi condición sexual como gay (hasta entonces, oculta para mi entorno), sin necesidad de interpretar un papel que me estaba asfixiando...
Aquel 12 de marzo de 1993 era viernes. Recuerdo que salí de la oficina más tarde que de costumbre y estaba bastante cansado, después de una semana muy intensa de trabajo. No obstante, mantenía la ilusión porque comenzaba el fin de semana y aquella misma noche tenía una cita con un chico de Valladolid, al que había conocido unos meses antes. Habíamos quedado en que yo le llamaría sobre las 9 de la noche para concretar la hora y el sitio para vernos, pues él se tenía que desplazar hasta Madrid desde su ciudad, lo que significaba dos horas y media de viaje en coche. Hasta ese día nos habíamos visto en algunas ocasiones y era la única persona gay que conocía. Comenzaba a convertirse en una persona muy especial para mí...
Pero aquel viernes me sentía más cansado de lo normal, así que me tumbé en la cama con la intención de descansar un rato antes de salir. Cuando abrí los ojos de nuevo, el reloj marcaba las diez y media de la noche. Me había quedado profundamente dormido. Pensé que el corazón se me salía por la boca... Llamé a este chico varias veces, sin éxito (supongo que se cansaría de esperar mi llamada). Por aquel entonces aún no existían los teléfonos móviles, así que me resultó imposible localizarle.
Pese a todo, decidí salir solo y acudí al pub de ambiente al que solíamos ir a tomar una copa, confiando en que tal vez, por un golpe de suerte, le encontraría allí. Pasaron las horas y mi amigo de Valladolid no apareció. Quien sí lo hizo fue JM, que me había estado observando un buen rato desde el otro extremo de la barra. Reconozco que yo me había dejado seducir. Una de las veces, al cruzar las miradas se acercó y se sentó a mi lado. Comenzamos a charlar y nos dieron las siete de la mañana... Desde aquella madrugada del 13 de marzo de 1993, JM y yo estamos juntos, COMPARTIENDO AMOR, PRESENTE Y FUTURO. ¿Casualidad?
1 comentario:
Yo conocí a mi novio de la manera más sosa, porque su cuadrilla de chicos y la mía de chicas empezamos a quedar juntos. Pero empezamos a salir por algo que, además que casual, demuestra eso de que no hay mal que por bien no venga y que todo pasa porque tiene que pasar.
Después de una ruptura muy traúmatica me pasé un verano algo promiscua, intentando hasta el infinito quitar un clavo con otro clavo. Entonces empecé a darme cuenta de que con Iker (un chico de lo más agradable, dulce y divertido) me sentía muy a gusto. Él a su vez le gustaba a una amiga mía y andaban tonteando pero él decidió no ir a más con ella. A ella le entró un ataque irracional de celos conmigo (cuando a mí todavía no me gustaba él) y me clavó un puñal por la espalda. Así que yo me negué a dejar de hablar con él y me fue cayendo mejor y mejor hasta que me empezó a atraer.
Llegó la fase de los sms (todo esto es hace tres años y medio) y la complicidad con él iba a más hasta que en plan maquiavélica una noche le conté lo que me había hecho esa chica (de poner a todas las amigas en mi contra, insultarme a las espaldas, etc.) y luego le escribí el siguiente sms a una amiga: "qué bien, le he contado cosas a Iker de Nagore y ahora ya sí que no va a querer saber nada de ella. Qué bruja soy" o algo así. Pues por equivocación le mandé el sms a Iker en vez de a Nagore. Os podéis imaginar el cabreo de él.
Quedamos para hablarlo en persona en mi casa y sólos por primera vez surgió la chispa con más fuerza. A partir de ese día quedamos otras tres semanas más solos para tomar algo y por fin conseguí conquistarle de todo (a base de cabezonería, que no es muy romántico pero el resultado ha sido inmejorable).
O sea que yo me sentí mal por el embrollo pero finalmente tal vez ese arranque de ser un poco bruja tuvo que ocurrir para que pudiera iniciar la relación con el que creo que es el amor de mi vida.
No es una historia especialmente mágica pero es la mía. Muxus
Publicar un comentario